FOMO VS JOMO

En la era digital y las redes sociales, estamos constantemente bombardeados con una corriente incesante de información y experiencias. Cada día, enfrentamos la tentación de estar en todos lados, hacerlo todo y ser parte de todo. Este fenómeno, conocido como FOMO (Fear of Missing Out), nos impulsa a buscar siempre lo nuevo, lo emocionante y lo diferente. Sin embargo, mientras navegamos en la vorágine de lo desconocido, nos arriesgamos a perder una parte esencial de nuestras vidas: lo cotidiano, lo familiar y lo que realmente nos importa.

Desde que comenzamos a comprender el mundo a nuestro alrededor, la novedad ejerce un atractivo casi mágico sobre nosotros. La promesa de lo desconocido, de la aventura, del cambio nos impulsa a explorar, a aprender, a evolucionar. Sin embargo, este sesgo por la novedad puede convertirse también en una trampa, un agujero negro que nos absorbe en una espiral de búsqueda constante, de insatisfacción crónica, de desapego por lo ya conocido.

Es indudable que el ser humano es un ser curioso por naturaleza. Esta curiosidad nos ha permitido avanzar como especie, desarrollar tecnología, entender el universo. Pero cuando esta curiosidad se convierte en obsesión por lo nuevo, cuando empezamos a valorar las cosas no por su esencia, sino por su novedad, empezamos a perder de vista lo que realmente importa.

Aquí es donde entra en juego el JOMO (Joy of Missing Out), un término menos conocido pero igualmente poderoso. El JOMO nos invita a encontrar la alegría y la satisfacción en el acto de «perderse» algo, de desconectarnos y apreciar lo que ya tenemos. Es el arte de valorar los momentos sencillos y las rutinas diarias, descubriendo la magia en lo familiar y encontrando la plenitud en lo cotidiano.

Construir Rutinas: El arte de valorar lo cotidiano

Frente a esta constante búsqueda de lo nuevo, la construcción de rutinas aparece como una oposición valiosa. Construir rutinas no es simplemente repetir acciones mecánicamente, es elegir conscientemente qué aspectos de nuestra vida queremos mantener constantes, qué cosas queremos valorar día tras día.

Las rutinas nos permiten ocupar nuestro espacio, ese lugar físico y mental que llamamos hogar, que nos da seguridad y estabilidad. Nos permiten alejarnos, al menos por un momento, de la vorágine constante de estímulos y novedades.
Las rutinas, bien elegidas y construidas, nos permiten aburrirnos, y en ese aburrimiento, en esa aparente falta de novedad, es donde muchas veces encontramos la esencia de las cosas, la belleza de lo cotidiano, la profundidad de lo que ya conocemos.

La novedad en el ritual: Reconocer y renovar

No obstante, esto no significa que debamos renunciar a la novedad. Todo lo contrario, la novedad puede y debe formar parte de nuestras vidas, pero no como un fin en sí misma, sino como un medio para enriquecer nuestras experiencias, para descubrir nuevas facetas de lo que ya conocemos.

Podemos construir nuevos rituales, esos pequeños actos simbólicos que nos ayudan a conectar con nosotros mismos y con el mundo. Podemos por ejemplo aprender a reconocer nuestra ciudad, no como un simple escenario de nuestras vidas, sino como un ente vivo y cambiante, lleno de historias y misterios por descubrir.

Podríamos incluso reaprender a valorar los momentos comunes, esos instantes aparentemente banales pero que conforman la trama de nuestras vidas. Tenemos la oportunidad de volver a escuchar a nuestros seres queridos, no solo con los oídos, sino con el corazón, para entender lo que realmente quieren decirnos.

Y, por supuesto, abrirnos a nuevos sonidos, a nuevas experiencias, a nuevas ideas. Pero siempre desde el respeto y el cariño por lo ya conocido, por lo ya vivido.  Porque, al final del día, la verdadera novedad no está fuera de nosotros, sino en nuestra capacidad de ver las cosas con nuevos ojos, de entender el mundo desde nuevas perspectivas, de vivir cada día como una nueva oportunidad de aprender y crecer.

Tal vez, la novedad que tanto anhelamos no se encuentre en lo lejano o desconocido, sino justo delante de nosotros, en nuestra habilidad para apreciar lo familiar de una manera completamente nueva.

El verdadero reto es, ¿estamos dispuestos a abrir los ojos para verlo?